martes, 16 de marzo de 2010

Nadie me dice nada.



La bruma de la mañana, el olor a orines, los cuerpos intoxicados desparramados en el piso después de una noche de juerga y placer, quizás hubo golpes, quizás hubo fierrazos o hasta plomazos, quizás yo fui quien dejo tirados a esos tipos, no lo recuerdo pues estaba tirado igual que ellos, pero fui el primero en levantarme y ver las primeras personas domingueras.

El pasar de las patrullas era nula, y si pasaran de todos modos seria ignorando, pues mi apariencia me hace pensar a mi mismo que soy un pobre jodido que vive en la calle, bajo los cartones y periódicos, me orino en los pantalones o en alguna botella de coca, el frío me cobija y el calor del sol me irriga hasta los huesos.


Cargo con una serie de chingaderas que guardo para el día que pueda ser rico y matar a estas personas que ni siquiera voltean a verme, me brincan, me sacan la vuelta, lo hacen todo el tiempo. 


El menú de la mañana me ofrece unos nachos agrios con un par de tortillas remojadas, siendo este el platillo fuerte de el día; aunque el andar cerca de un mercado tiene sus lujos, la fruta abunda la gente de vez en cuando me tira una moneda pero, no dice nada, solo mercadea y se va, es lo bonito de mi vida...

Soy rico, tengo comida, vivo mi mundo y nadie me dice nada.



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